Dos días y esto se acaba, y se acaba para cerrar los ojos, y mirar como siempre los angostos pasillos de una ciudad conurbada, de un cielo gris cayendo, flajeloso, lluvioso y humedezido. La gente me ama, y a su vez me odia, me trae recuerdos, y después me deja en ellos. Ando con cara bonita, pero con un lomo partido, dividido y desmesurado, me siento cansado, pero aún persevero, recibo escupitajos, como salarios mínimos que por ahora me rigen la suerte, y después?, después de todo que pasará?, quién realmente se convertirá en el hombre invisible, apostador de Crack, y de esos casinos que tanto inspiran para escribir novelas. Ni mi novia, ni mis conocidos, verán que al final de todo, el que tenía la razón era el tiempo, y sus compinches enclaustrados, en palabrerías y susurros que solo dan eco de galaxias y barreras que quedan como sinónimo de algo hetereo, y mágico. Hoy me siento satisfechamente cansado, mal logrado, pero de todas formas complacido, un poco golpeado, y también insultado, pero no creo que me importe, el whiskey siempre repondrá todos los platos rotos, hará el balance de los números con los que siempre jugabamos, y con los que siempre vivimos, para nacer, para morir, para existir, para creer, y para contar. creer como hombre, va más allá de perdonarse y ser endeble hacía un pensamiento mágico, ahora ya no se puede querer sin pensar, que lo que se hace se debe imaginar. Quiero grabar telefilmes con mis pequeños deditos estropeados, por sabañones extranjeros y no acomulados por garantías de estar en malos negocios, quiero que mi novia esté tranquila, de que nada podrá hacerla llorar, aunque contando bien el número de números, que enumeran la numerosa tanda de cosas que tengo aquí, a mi contra, y a mi entemple, veo negro el poder volver hablar con ella, hablar sobre sus misterios del cerebro, y las cosas que nunca me contó.
Me siento como él ante ella, y como ella ante él, imposibilitado de hablar con ella, y a su fin de hablar con él.
Lento, bajo, y denso.
